miércoles, 18 de noviembre de 2020

El cambio

 Me enorgullezco de poder decir que mentalmente soy una persona relativamente estable. Tengo la cabeza amueblada, como diría mi madre. Sé diferenciar las cosas que me importan de las que no, sé decidir qué batallas quiero ganar y a menudo incluso diferenciarlas de aquellas de debo ganar. 

Se me llena la boca al decir que sé organizar mis prioridades, que tengo un talento natural para terminar las cosas que empiezo o que persigo aquello que más ilusión me hace, exista o no un camino establecido para conseguirlo. 

Y todo esto podría o no ser verdad y poco vas a pensar tú de la claridad de mis pensamientos. Hace un tiempo yo era una chica que tenía demasiado en cuenta lo que los demás pensaban. Y no os equivoquéis, por dentro sigue importándome aquello que pasa por vuestras cabezas. Pero estoy aprendiendo a diferenciar. A diferenciar entre las cosas que me interesan porque realmente aportan felicidad a mi vida, y a las que me interesan por esa afán mía de centrarme en predecirlo todo. 

No es un camino fácil esto de ser mentalmente estable. Tengo que reconocer que a pesar de ser estable, sigo siendo extremista e impaciente. Sigo haciendo mil preguntas que no vienen a cuento en esa conversación solo porque quiero poner en orden unos pensamientos que me han venido en ese momento, y no soy capaz de esperar a otro. También sigo eligiendo opuestos, aunque creo que esto forma parte de mi personalidad. Por mucho que existan grises y momentos para seleccionar el gris, mi cabeza tiene a los blancos y los negros. Al sí y al no, aunque cada vez intento ser más flexible en estas cosas. 

Pero de eso se trata, de ir cambiando y evolucionando, ir creciendo poco a poco y transformándote en una persona diferente a la que eras antes. Todos cambiamos, y el hecho de que no queramos admitir esos cambios, no niega su existencia.

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