Siempre supe que para tener un secreto tenías que asegurarte que tan solo tú pudieses saberlo, pues nadie cuenta sus intimidades si no quiere hacerlo. Tan solo nosotros mismos somos seguros para nuestros secretos. Si contamos una mentira para ocultar un secreto que no hemos guardado bien, ese secreto deja de serlo al instante. Nadie es tan bueno mintiendo como cree.
Sin embargo, puedo llegar a comprender por qué miente la gente. Sé que hay personas que necesitan más tiempo que otras para aceptar ciertas cosas, y por eso mismo procuro no juzgar a los mentirosos. Ellos mismos saben sus miedos y temores. Ellos tienen la justificación perfecta para que esa mentira sea extremadamente necesaria, y nada de lo que digas o hagas podrá cambiar su forma de pensar. Porque creen que con esa mentira, con ese secreto no tan bien oculto en su interior, te están haciendo un favor. Te están protegiendo, salvaguardándote de la realidad. Creándote un cuento del que no has dedicido ser partícipe.
Me alegro de haber decidido serme sincera, sincera conmigo y con el resto cuando hacen las preguntas adecuadas. Sigo teniendo secretos, como todos. Sigo compartiendo solo conmigo las cosas que realmente considero importantes, las cosas que realmente no quiero que salgan a la luz porque son demasiado valiosas para dejar que el mundo las pervierta con su incansable afán de volver las cosas en mi contra. Pero esos secretos, esas cosas que son mías, forman parte de mi pasado y de mis historias, no de mi presente o de mi atípica personalidad. Forman parte de mi locura interna, no de aquella que quiero mostrar al mundo. Y por ello se quedarán ahí, encerradas en un rincón oscuro de mi cuerpo, donde tan solo yo, en mis ratos libres de ganas de odiarme, pueda acceder para revisar y rediseñar las historias que yo misma cree y de las que yo misma soy la principal protagonista.
"Todos luchamos nuestras propias guerras privadas."
Benjamín Alire Sáenz