lunes, 29 de julio de 2013

Cenizas.

Era una cálida tarde de agosto cuando la vi. Yo estaba sentada en la terraza de mi cafetería favorita, saboreando un delicioso granizado de frutas mientras leía en silencio el periódico, pasaba las grandes y voluminosas páginas poco a poco, fijándome en cada esquina, buscando algo que quizá nunca llegaría a encontrar. Bajé un poco el periódico, medio rindiéndome, sabiendo que aquello que buscaba no era tan común como para poder encontrarlo en las grises páginas de un periódico, pero aún así albergaba la esperanza de que así fuera. Tomé un largo sorbo de mi granizado y entonces, la vi. Fue como si de repente todo avanzase a cámara lenta, como si todo se hubiese vuelto borroso y ella tuviese mucha más luz que el resto de las personas. Parecía un sueño, pero intenté convencerme de que no lo era. Estaba ahí, la estaba mirando, estaba riéndose, era feliz. Me quedé completamente petrificada, no sabía qué hacer, qué decir... ¿Se acordaría de mí después de todo este tiempo? ¿Se habría obligado a olvidarme? ¿Me echaría de menos? Pero entonces algo interrumpió el hilo de mis pensamientos, ella me miró. Me miró y podría jurar que me reconoció, pues en ese mismo instante el mundo se paró para nosotras. Mi cabeza se inundó de todos los recuerdos que compartíamos, esa niña pequeña y traviesa que había conocido, las muchas veces que reímos juntas hasta que las mejillas nos dolían, las muchas veces que nos habíamos metido en líos por alguna de nuestras travesuras. Las dos, felices, juntas... El mundo continuó su ritmo y ambas apartamos la mirada y continuamos con nuestra vidas, separadas, cada una por su lado. Ella continúo andando, riéndose y siendo feliz. Yo apuré el último sorbo de mi granizado, recogí mi periódico y eché a andar. Puede que ese día no encontrase aquello que tanto buscaba, pero encontré aquello que ansiaba encontrar, su mirada, sus recuerdos. Después de ese día jamás volví a saber nada más de ella, nuestras vidas tomaron caminos totalmente distintos, pero sus recuerdos ya no me dolían y puedo asegurar que a ella tampoco le dolían los míos, pues después de ese breve instante en el que el mundo se paró para nosotras ya no volvimos a ser amigas, ni conocidas, ni si quiera nos volvimos a mirar. Simplemente fue como si ambas nos volviésemos invisibles para la otra, como si aquellos felices recuerdos se hubiesen quemado, convirtiéndose en cenizas,
y no fuésemos nada más que un par de desconocidas con cenizas en común.
"Pasamos de ser amigas a ser dos desconocidas con recuerdos en común."

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